Tan sólo unos días faltan para la justa mundialista y el futbol sigue siendo el mismo, lo que ha cambiado es el modo en que lo percibimos ya sea como observadores o jugadores de un deporte popular por naturaleza.
En los años noventa -que para muchos pudieron pasar sin pena ni gloria- el boom mediático por el furor emanado de la transmisión de un clásico entre América y Guadalajara lo era todo.
México pasó a ser parte de las estadísticas en cuanto los que se dicen dueños del balón comercializaron con este nuevo y atractivo producto para las masas ávidas de ídolos.
Cada toma que ve por su canal favorito es curiosamente seleccionada, están todas fríamente calculadas para perseguir fines estéticos que contribuyan a explotar el imaginario colectivo.
Gracias a esta nueva forma de asimilar nuestro entorno, podemos decir que desgraciadamente el futbol no se puede acompañar por otra palabra que no sea el lucro.
Sé de sobra que no estoy descubriendo el hilo negro: El matrimonio consumado entre los medios y el deporte resulta jugoso para ambos, en palabras llanas uno sin otro difícilmente podría tener los mismos alcances de los que gozan juntos en el día tras día.
Hoy resulta interesante preguntarse si alguna vez tendríamos conocimiento, sin ayuda de la televisión, la radio o cualquier otro medio, de las hazañas de Pelé, Maradona o Cruyff.
Me pregunto qué sería del deporte que confronta a veintidós jugadores sin la intervención de Berlusconi en Italia o del “Tigre” Azcárraga en México.
La respuesta es fácil: Encontraríamos que la cancha no es un escenario, seríamos capaces de notar la diferencia entre un juego limpio, sobre todo verosímil, y un partido plagado de espectacularidad digno de una serie producida en el extranjero.
Quiero reiterarle que estoy a su disposición por el siguiente medio:
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